lamisteriosachica
Obsolescencia programada
Hoy, como ejercicio en clase de Comunicación mediática nos
han mostrado este vídeo sobre robots tan monos. Al principio me ha parecido
gracioso. Sinceramente la imagen de esas máquinas pequeñitas rojas moviéndose como
pingüinos y bailando me ha recordado a algunos de mis juguetes de la infancia y
me ha hecho sonreír. Sin embargo, al terminar me he quedado reflexionando sobre
el verdadero mensaje del corto y de cómo las nuevas tecnologías influyen en
nuestras vidas.
Somos seres sociables. O más o menos sociables en función de
la persona a la que nos refiramos. Digamos que en mi caso medianamente
sociable. Somos animales que buscan la cercanía de los otros, la amistad y el
afecto de quienes nos rodea. A nadie le gusta estar solo, ni si quiera a ese
animalillo que corretea por el campo. Los leones van en manada, los ciervos
también.
Desde la aparición de los medios de comunicación, el ser
humano ha tenido más aun al alcance de la mano la posibilidad de mantener
relaciones con los demás, hacerse más cercanos y crear vínculos supuestamente
más fuertes. Sin embargo, el vídeo me ha hecho pensar que quizás esto no sea
del todo cierto.
Remontándonos al pasado, pongo como ejemplo algo tan
sencillo como ir en tren. Odio ir sola en tren sin mi teléfono móvil. Odio
sentarme en el asiento callada a esperar como pasan y pasan las paradas
mientras que a mí alrededor solo veo gente con la nariz pegada a una pantalla,
gente que no se ve los unos a los otros. Así que cuando llego me coloco los
cascos, subo el volumen de la música a tope y empiezo a mirar por la ventana mientras
cuento las paradas. Pinto, Getafe industrial, el Casar…pasan en frente de mis
ojos. Sí, yo también soy de ese rebaño de personas que no levantan la cabeza. Nadie
mira a nadie. Nadie alza la vista del aparato electrónico para sonreírse o
decir buenos días.
Supongo que cien años atrás la gente cuando iba en tren
conversaba, aunque solo fuese por cortesía, y que incluso de esos viajes
saldrían motivos de inspiración para novelas, largas amistades e incluso
historias de amor. En cambio hoy en día estamos tan ocupados ignorándonos los
unos a los otros como para dejar que eso suceda. No sabemos cuántas cosas
podemos llegar a perdernos de la vida por estar pendiente a una pantalla, a
cuántas personas no conocemos o cuántas puestas de sol dejamos de ver por estar
prestando atención a otra parte.
Otro caso muy triste podría ser esas escenas tan comunes que
podemos ver en las cafeterías o bares. Grupos de amigos o incluso parejas que
no se prestan atención, mientras juegan al Candy Crush o escriben wassaps. Si,
todos lo hemos hecho alguna vez y me incluyo.
No quiero imaginarme cómo será la vida dentro de cincuenta
años. Yo me crie jugando con mis peluches, coloreando y leyendo cuentos. ¿Qué
será del mundo cuando quienes lo dirijan sean los niños que hoy nacen con una Tablet
bajo el brazo? ¿Cómo serán las relaciones que mantengan las personas?
Las nuevas tecnologías nos hacen a todos iguales. Nos encasillan en grupos en los que sentirnos identificados, nos marca el camino y nos da unas pautas sobre como comportarnos, que comer, que música escuchar o que películas ver. ¿Podríamos considerarnos realmente libres viviendo en un mundo programado? Cada paso que damos, cada decisión que tomamos está influido por los medios, por la publicidad y por las masas.
A veces me gustaría haber nacido en otra época. En un siglo
donde las cosas fueran más sencillas y no dependieras de la tecnología para
sobrevivir o ser feliz, donde realmente pudiéramos disfrutar de la libertad de
salir de casa sin nada en los bolsillos y donde tomar un café significara tomar
un café. Donde la gente aún se parase a levantar la cabeza y sonreír y que no
contestar a un mensaje no significara que una banda organizada te había
secuestrado. Donde nadie decidiera por nosotros.
Llamadme rara pero soy de esas personas que a veces necesita
apagar el móvil y pasar del mundo. Concentrarme en el aquí y el ahora, en el paisaje
y en la puesta de sol. Me gusta perderme y no tener GPS que me encuentre.
Perderme y encontrarme a mí misma en el camino.
Tristemente, a pesar de que a veces desconecte y me olvide
de toda esa tecnología que nos rodea, sé que al final no soy más que uno de
esos pequeños robots, otra oveja del rebaño. Una pieza más de es obsolescencia
programada a la que ahora llamamos mundo.
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