25 de octubre de 2015

Capítulo 4: Ardiendo bajo la lluvia.

lamisteriosachica
Capítulo 4: Ardiendo bajo la lluvia. 
Era una fresca madrugada de mitad de abril de 1943. No había amanecido aún y el sol estaba escondido en alguna otra parte del mundo. Mi padre no estaba en casa, como siempre; prácticamente vivía solo. Sin contar la presencia de Nanna, mi ama de llaves, cocinera, niñera y limpiadora.
Me desperté con el ruidoso tic–tac del reloj de pared que había sobre la cabecera de mi cama y me vestí con ropa de abrigo. A mi alrededor reinaba el desorden absoluto, un lío de ropa tirada por el suelo, lápices de aquí para allá y tantos libros que no dejaban ver ni un atisbo de los muebles de madera. Me prometí a mí mismo recogerlo antes de que lo hiciese la pobre Nanna. Bajé las largas escaleras con los zapatos en la mano para no despertarla, despacio, colocando un pie detrás del otro sobre la alfombra granate. Delante mía se encontraba la gran puerta de entrada, con su cristalera de colores arriba, por esta no entraba nada de luz así que toda la casa estaba en la más tenebrosa oscuridad, pero no tenía miedo. Podría haber recorrido todas las alas de la mansión con los ojos vendados, excepto el desván, al que no había entrado desde la muerte de mi madre. Seguí andando hacia la izquierda, la cocina me esperaba allí, con su gran despensa. Colgadas de las paredes descansaban sartenes de todos los tamaños, desde las grandes que ocupaban un enorme espacio hasta las pequeñas, que parecían sacadas de un cuento. Me pregunté para qué queríamos tantas si casi siempre comíamos solo dos.
Abrí la puerta de la despensa, donde guardábamos todos los alimentos: pan, queso, galletas y demás y metí una gran cantidad de comida en mi bolsa azul marino de tela, pesaba bastante aunque no sería gran problema llevarla. Esta era una de las facetas que nadie conocía de mí. Un par de días a la semana, no podía abusar porque Nanna ya sospechaba de la falta de comida, aunque lo achacaba a que estoy en edad de crecimiento y debo comer mucho, me dirigía a los barrios más pobres para llevarles cualquier cosa que encontraba y que pudiera comerse. Les dejaba una cierta ración de comida en cada puerta. Nunca me habían descubierto a pesar de seguir siempre una misma rutina, nunca me había sorprendido una cara curiosa por entre la rendija de alguna puerta. Supongo que me tendrían como un mito, algo así como Papá Noel.
Me decidí a salir a mi paseo matutino, giré el pomo de la puerta y me encontré con la fría Berlín, todavía durmiendo apaciblemente, sin gente paseando, sin críos corriendo y jugando al pilla–pilla ni rectos soldados desfilando sin doblar las rodillas. Miré de un lado a otro para asegurarme de que la calle estaba completamente vacía, pero efectivamente no había ni un alma, tan solo las grandes mansiones que competían con la mía, enfrentadas, retándose a ver quién era la más alta, la más grande y la más bonita.
Dándome prisa anduve por la calzada, chapoteando entre los charcos llenos de ceniza que se habían formado por la noche.
El aire olía a chamuscado, una mezcla entre chimenea y hollín. Levanté la cabeza hacia el cielo negro abisal, no había ni una estrella, sobresalía entre las nubes de lluvia una gran humarada blancuzca. Un incendio, supuse...Llegué a mi destino en pocos minutos, unos cuanto edificios tapaban levemente la cortina de
humo que bañaba la oscuridad. Si aligeraba podría ir a curiosear un poco y después volver a mis quehaceres.
Se dice que la curiosidad mató al gato, pero a mí me robó el corazón.
El incendio salía del oeste de la calle Oranienburger strabe, la calle de los judíos adinerados, la calle prohibida. Al llegar me encontré con un paisaje de desolación increíble, sacado de otro mundo.
El suelo estaba repleto de ceniza blanca, los escaparates que anteriormente habían estado deteriorados hoy estaban en ruinas, sus puertas echadas abajo no tenían ni un cristal en pie, algunos periódicos rodaban por el suelo mostrando en la portada a Hitler muy erguido dando un discurso. En una pared de ladrillo manchada de hollín yacía una carretilla que en tiempos mejores había sido roja pero que entonces era color cobre oxidado y parecía un amasijo de hierros.
Todas y cada una de las paredes y fachadas estaban marcadas con grandes estrellas amarillas, entre ellas destacaba una gran mansión. Parecía una casa de muñecas en la más absoluta decadencia, la mayor parte del tejado se había derrumbado y lo que se conservaba en pie era una gran bola incendiaria y humeante. La frase sucios judíos estaba escrita con pintura negra y letras irregulares una y otra vez por toda la fachada. Entre la humareda y la pintura no se distinguía de qué color había sido originalmente tan llamativa casa. Decidí retirarme unos metros de ella porque el calor era abrasador, me calentaba las mejillas y hacía que me llorasen los ojos por la irritación. Intenté atisbar lo que ocurría en el interior pero unas gruesas cortinas me impedían la vista.
Sobre el sonido del chisporroteo de las llamas escuché un
gemido, algo así como una voz humana y toses, muchas toses. Corrí a acercarme a la casa, tapándome con mi bufanda la boca y la nariz para no asfixiarme. Contra más me acercaba más fuerte era la voz, pero poco a poco se fue apagando hasta cesar. Le metí varias patadas a la puerta. No cedía hasta que me precipité hacia dentro empujado por la inercia y estuve a punto de caer sobre un sofá en llamas. Solo distinguía algunos muebles en el suelo y casi todos estaban ardiendo o chamuscados. Me encaminé a un pasillo donde el humo remitía un poco, dejando ver las sombras de lo que antes había sido el hogar de alguien. El calor era asfixiante, como haber bajado al infierno.
En el suelo había un cuerpo boca abajo. Me puse de los nervios, me temblaba todo el cuerpo. Nunca había visto un cadáver, ni si quiera el de mi hermano pequeño cuando se ahogo en el lago, ni el de mi madre, ya que mi padre me prohibió terminantemente acercarme al ataúd en el que dormiría para siempre. Haciendo acopio de valor le di la vuelta con cuidado, no podía distinguir si era chico o chica, pero pesaba tan poco que podría haberlo cogido con una sola mano. Puse mi mano en su corazón para ver si seguía vivo, pero no había apenas movimiento. Estaba muerto...


6 de octubre de 2015

Capítulo 3: Llorar, dormir y comer.

lamisteriosachica
Capítulo 3: llorar, dormir y comer.
Últimamente parezco un bebe, lo único que hago es llorar, dormir y comer. Yakov me ha preguntado varias veces porque lo hago, aunque yo no le respondí nada, supongo que pensará que es porque me queda poco tiempo de vida. Pero lo que me pasa sólo lo sé yo. En estos momentos me pongo a pensar, las cosas que no le dije, las cosas que teníamos planeadas, sus besos...
Yakov vuelve a la habitación con algo brillante en la mano.
-Sé que no debería hacerlo, pero te veo muy mal.-Me muestra una llave plateada, la acerca a mi pie y me quita el grillete.- ¿Quieres dar un paseo por el exterior?
Es una locura; nadie en su sano juicio llevaría al enemigo a pasear sin una K98 apuntándole a la cabeza. También fue una locura pasear a una judía por el imperio nazi...
-La verdad es que me gustaría tomar un poco el aire.-Digo, casi seguro de me intenta gastar una broma.- ¿Cómo es posible que te hayan dado permiso para que salgamos?
-Exagerando un poco tu estado. Les he dicho que eres un criminal en potencia, con cambios de personalidad y agresividad, y que nos podrías matar a todos con tan sólo un calcetín.
Creo que tengo los ojos como platos. Se ríe de mí a carcajadas mientras yo resoplo furioso.
-Les he dicho que si seguías encerrado aquí puede que murieses dentro de poco, cosa que no es mentira. Al principio me han dicho que no, pero les he prometido que te llevaría esposado a mí.
-O sea que solo me cambias las esposas de sitio.
-Algo así. Hoy no habrá nadie en el edificio, solo prisioneros y un par de guardias. Los demás están reunidos hablando sobre estrategias y lo más seguro es que muchos de los soldados que están trabajando se marchen de aquí.
Una punzada en el corazón me recuerda mi preciosa Berlín. ¿Cómo estará? ¿Habrá pagado ella todos los errores cometidos por el pueblo alemán? No quiero imaginarme mi casa destruida por las bombas o saqueada, allí ya no me queda nada valioso pero son tantos los recuerdos que dejé entre sus paredes.
-¿Dónde irán?
-Nosotros nos quedamos en la retaguardia, ellos seguirán para adelante. Solo falta un pequeño empujoncito para que todo acabe.
-¿Irás a casa?-pregunto.-Cuando todo termine.
-¿A qué casa? Me quedaré aquí, esta es mi casa.-Su rostro se vuelve serio, se rasca la barba de un par de días.
-¿Qué harás cuando ya no te necesiten?
-Aún no me lo he planteado seriamente. Quizás iré a algún pueblecito cerca de Donetsk y montaré una tienda de algo. Solo se una cosa, tendré que seguir adelante.
-¿Pero a qué es lo que de verdad quieres dedicarte?
-No se.
Me mira y se con certeza que soy el primero que le hace estas preguntas.
-¿No hay nada que te apasione?
-¿Apasionar?-Piensa mientras trastabilla con el pie sobre el suelo, hasta que da con algo.-Lo único que no ha dejado de interesarme durante todos estos años ha sido escribir...Guardo pilas de hojas llenas de garabatos. Nada bueno.
-Eso sirve.-Respondo. No imaginó una pluma, tan frágil y precisa entre sus manos, así como tampoco imagino que una vez pudiese ser un muchacho desnutrido.
- ¿Nos vamos? ¿Hace falta que te ate o puedo confiar en ti?
-No te preocupes, aunque quisiera no podría escaparme.
-Yo te doy la oportunidad, tu verás...-Ríe.
Cuando me acerco casi a rastras a la puerta me invade el miedo, ¿Estoy seguro de que quiero volver a fuera? ¿Quiero volver a ver las marcas de sangre sobre el suelo? ¿Realmente estoy preparado para volver a oler el olor putrefacto a muerte que invadía todo el campo?
Respiro, abre la puerta y salimos en dirección a un pasillo de paredes grises iluminado solo por una bombilla que se balancea en el techo, a lo lejos puedo ver la enfermería repleta de camastros, algunos ocupados por personas a las que conocía de vista. Pocos quedan, supongo que a los demás, a los de menos importancia les dieron muerte rápidamente.  Intento seguir la petición de Yakov de ir completamente en sigilo pero mis pies cojean, débiles, sobre el suelo de lija. Llegamos a una puerta trasera casi invisible, esta se abre dejando ante nosotros el exterior. La verja, tan familiar para mi, nos rodea, como peces en una red de pesca. Que ironía, el carcelero preso en su propia morada...Inspiro y aunque se que solo son imaginaciones mías me parece oler el perfume de Lenah vagando por el aire, aprieto los dientes e intento que no se me caigan las lágrimas. Todo está en pleno silencio, ni los pájaros se atreven a cantar, intimidado por los restos humanos que aun quedan esparcidos por los suelos. Esa imagen me hace recordar cosas, cosas que quiero alejar de mi cabeza lo más rápido posible, antes de que me deje caer en la nieve y me niegue a entrar de nuevo. Jakov me observa, sabiendo que me estoy arrepintiendo de aceptar su ofrecimiento. Debería entrar, debería volver dentro para arrebujarme en mi catre y llorar, al menos allí no se me congelarían las lágrimas. En lugar de eso la busco por todas partes, hundiendo mis pies en el suelo y luchando contra el hielo mientras mi balazo del costado amenaza con volverse a abrir.
Todo mi camino me lleva a una gigantesca fosa común en la que quedaban apilados cientos o miles de cuerpos sin vida. ¿Quería seguir buscando? ¿Quería encontrármela por allí? Aparto la vista de los cadáveres congelados y me apoyo en la verja deseando que esté electrificada, esperando freírme como un pollo.
 Por desgracia han cortado la electricidad.
...
Me he decidido; voy a contarle a Yakov todo.
Estoy nervioso, incluso podría decir que tengo ganas de contarlo, de decírselo a todo el mundo, en un afán de rebeldía. Deseo volver a Berlín y gritarlo, que la gente se dé cuenta del daño que han hecho, que se consuman en la culpa y no puedan dormir. Todos podrían haber hecho algo, pero se quedaron quietos, viendo pasar judíos en fila, cayéndose y arrastrándose por el desfile de la muerte, y más que judíos eran lo que quedaba de ellos, harapos, huesos y ojos enormes. Sé que una persona sola no podía haber hecho nada por ellos, pero cien si, y miles aún más. Yo también tuve culpa, y mi castigo es recordarlo cada minuto de cada día hasta que me aniquilen, pero el suyo... ¿Cuál es el suyo?, quedarse en sus casas convencidos de que lo que hicieron está bien, seguir sus vidas con normalidad...y no hablo de Hitler, ni de los nazis, a esos ya se los cargaran, hablo del pueblo.
Pienso todo esto ya tumbado en la cama, con las manos tras la cabeza e iluminado por una vela. En el exterior es de día  pero en mi habitación solo reinan sombras. Yakov está sirviendo la comida a los demás presos así que no gozo de más compañía que mis amigas las ratas. Antes, hace unos meses, yo podía salir libremente, ir a cualquier sitio. No voy a decir que hacer lo que quisiera porque no es verdad. A la mínima que cometiese algún fallo o pasara algo que no pudiera controlar, podía tener a mi padre, a la SS o a Alemania entera contra mi, y me colgarían. Pero por lo menos tenía algo de libertad. Entonces me parecía que me estaban agarrando por el cuello y no me dejaban volar libre, ahora me doy cuenta de cuanto añoro aquella falsa libertad. Aunque fuera falsa era mejor tener aquella que ninguna. Yo vivía en un mundo de reglas estúpidas, y la más tonta de ella era la prohibición de acercarme a ningún judío, ¿las cumplía?, por supuesto que no. Ahora no hay reglas que me digan lo que no puedo hacer, porque en realidad no puedo hacer nada. Mentalmente me siento como si me encontrase en una de esas celdas de castigo de los campos de concentración, esas tan estrechas que no dejaban al reo sentarse ni moverse. Nunca he estado en ninguna de ellas, pero creo que esta sensación se parece mucho.
Yakov vuelve, abre la puerta, me recuerda a la primera vez que lo conocí, pero esta vez no hay portazo. Ha dejado de interpretar su papel, se ha ablandado, y eso para mi no significa que sea débil si no que es humano, que no es sólo un armario empotrado con patas. Sigue siendo un niño que ha tenido que madurar demasiado pronto. Trae una bandeja, una especie de sopa marrón reposa en un plato, me inquieta no saber lo que flota en ella pero no pregunto. Junto a ella dos vasos de un líquido marrón que parece vodka. Tendré que bebérmelo, aunque nada más olerlo me de nauseas. Mi vida es como una larga resaca.
-¿Todo eso es para mi?-Intento decir contento, aunque la comida no sea nada apetitosa.
-No seas abusón hombre, yo también tengo derecho a comer ¿no?-me sonríe, con su dentadura perfecta, después de tantas batallas no ha perdido ni un diente.
Me entran ganas de recordarle que soy el enemigo, que como puede tratar tan bien a un nazi, pero me alegra tanto tener un compañero para comer y ya que se ha tomado la molestia decido callarme por el bien de los dos. Le agradezco el detalle mientras coloca la bandeja en la mesilla de noche y acerca su silla.
-Que aproveche-me dice repartiendo un tenedor y cuchillo.
-Empieza tú.-Le animo.-Tengo ganas de saber si has querido envenenarme.
Da una gran cucharada al líquido asqueroso, me extraña que no ponga cara rara o que lo escupa al suelo.
-No soy de matar por la espalda.
-Entonces comamos.
Para mi sorpresa no está tan mala, quizás un poco aguada pero tengo tanto apetito que termino rebañando las últimas gotas que me quedan en el plato. El vodka se me sube a la cabeza haciéndome sentir más animado.
-¿Te ayudo a fregar los platos o algo?-Bromeo.
-¿Crees que en este sitio alguien se molesta en hacer eso?
-¿Tenéis un vertedero de platos sucios?
-Algo así.-Responde.
-Yakov, ¿No te aburre este trabajo?
-¿Qué más da? Me da de comer.-Admite entre dientes.
-Quiero contártelo.-Consigo decir, me mira inquisidoramente como si el vodka me hubiese afectado más de la cuenta.-Ya sabes...por qué estoy aquí.
-¿Estás seguro? No me gustaría verte lloriqueando.
-Ya.-musito. 
-No tienes por qué hacerlo.
Lo pienso por unos momentos. ¿Qué más da que lo haga o no?, me van a matar. Estoy seguro. Llevarme el secreto a la tumba tampoco me servirá de nada.
-Quiero contarlo. Creo que debes saberlo. Te contaré que me trajo hasta aquí.-me decido finalmente.
-Vale, estaré en silencio.
-Era una fresca madrugada...-comienzo.