21 de septiembre de 2015

En Berlín no hay rosas azules.-Primer capítulo.

lamisteriosachica



En Berlín no hay rosas azules es el nombre de mi primera novela, la cual terminé hace un año. Creo que ya es hora de que podáis leer algunos capítulos así que los iré subiendo al blog y también a mi página de Wattpad. Por cada capítulo del libro irá adjuntada una canción diferente, con la que me inspiré para escribirlo. 

Esta novela está ambientada en Alemania, en los últimos años del imperio nazi. Su protagonista, Ancel Eichelberge, hijo de un alto mando nazi, se verá obligado a elegir entre los ideales de su patria y su familia, y lo que realmente ama. 
Aquí os dejo el primer capítulo, espero que os guste.


Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.
El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Charles Spencer Chaplin.
Capítulo 1: En el cielo.
Despierto, todo lo que me rodea es demasiado blanco y la luz me hiere los ojos entrecerrados. Quizás esté en el cielo, lo dudo mucho, una persona como yo jamás podría ir allí. No, no estoy en el cielo, atisbo una habitación coloreada con tonos grises, suelos sucios repletos de polvo y paredes manchadas de algo que a simple vista parece marrón. Una habitación tan terriblemente familiar para mí que prefiero cerrar los ojos, el almacén de medicinas de Auschwitz. Estoy tapado hasta el cuello con una especie de sábana, pero en realidad solo es un saco de fina rafia, gris también, del mismo tono que mi mundo.
Escucho gritos desde algún otro sitio, insultos y un "sucio alemán" demasiado alto, demasiado amenazador. No sé si deseo que venga alguien a verme. ¿Para qué? ¿Para que me griten a mí también? Mi cabeza intenta pensar en algo que ha pasado, sé perfectamente lo que es, pero no le dejo que lo recuerde. Creo que no estoy preparado para afrontar la realidad todavía, así que mejor dejarlo estar. Ya podré coger el toro por los cuernos en otro momento.
Ojalá pudiera volver a dormirme, pero los dioses del sueño no me lo permiten. Intento incorporarme pero cada vez que hago algún movimiento me duele como si me estuvieran clavando una navaja. Me pregunto por qué la vida tiene que ser tan injusta, ¿por qué he tenido que nacer en esta época donde solo hay guerras y muerte por todas partes?, ¿qué he hecho yo para merecer todo lo que me pasa?. Si Dios existe está siendo muy malvado conmigo. En esta pequeña habitación me siento como un niño indefenso, que no entiende nada y al que las cosas le sobrepasan, quizás soy demasiado inmaduro para afrontar todo lo que ha pasado en mi vida en los últimos meses.
A mi lado hay una mesilla de madera oscura sobre la que yace un vaso de agua, descascarillado y amarillento, y un plato con un trozo de pan. Me giro con gran dolor por parte de mis músculos. Creo que estoy herido, pero no le doy mucha importancia. Cojo el vaso de agua y bebo, mi boca está seca, tengo frío y solo estoy vestido con un camisón blanco que tiene una mancha roja y oscura. Intento levantarme pero no puedo moverme, mis extremidades no responden, tengo un intenso ardor en el costado y creo que estoy encadenado a la cama. No tengo miedo, ya todo me da igual, quien sea que me tenga aquí encerrado me puede hacer lo que desee. No voy a pelear ni a luchar más.
Se abre la puerta de un gran empujón y golpea la pared dejando un agujero allí donde ha impactado el pomo. Entra en la sala un hombre robusto y alto, con el pelo moreno y despeinado. Va ataviado con un traje militar del que prenden insignias, me doy cuenta de que es de la unión soviética pues la más grande, que está en el lugar del corazón, es una estrella amarilla enorme con una hoz y un martillo; brilla mucho. Me recuerda tanto a la que llevaba ella. Se acerca a mi cama. Desde aquí le puedo ver mejor las facciones, sus ojos son de pura frialdad azul, su perfil cuadrado y anguloso, tiene la nariz rota y un poco torcida y la piel pálida. Una cicatriz le cruza por encima de la ceja. ¿Llevaban nuestros soldados un aspecto tan sucio y desaliñado?
–Voy a ser tu niñera durante el tiempo que estés aquí. No es que me guste...pero disfrutaré haciéndote la vida imposible–. Dice con voz ruda, queriéndome atravesar con la mirada.
Visto de cerca no parece un hombre, sino un chiquillo de mi edad al que le han colocado un traje militar, solo que me saca al
menos dos cabezas de alto, y otras cuatro de ancho.
–¿Quién eres?, a parte de mi niñera claro.
–Así que el alemán va de graciosillo. Soy tu peor pesadilla–. Murmura enfurecido con ese acento ruso tan marcado que tiene.
–¿Cuál de las muchas que me persiguen ahora?
Cuando digo esto esboza una pequeña sonrisa con sus gruesos labios que intenta contener mientras me mira desde arriba. Me acabo de dar cuenta de que de su hombro cuelga fusil negro. Estoy medio moribundo y atado, ¿cómo puede pensar que necesitará un arma contra mí?
Me da un bofetón en la cara, sus manos son rugosas, son manos de trabajo. Totalmente distintas a las mías.
–La peor de todas– me dice sin apartar los ojos de mí, su mirada fija me intimida–No comes pan. ¿Por qué?
–No tengo ganas, gracias.–Eludo el ruido que hacen mis tripas, protestando por mi mentira.
–Bueno vale, tú sabrás idiota.
Frunce el ceño. Coge el pan y me lo tira a la cara, este impacta contra mi frente. Creo que me saldrá un chichón en plena frente porque el pan está más duro que una piedra. Estoy seguro que era el mismo pan que meses antes había tenido que proteger del mordisqueo de los ratones.
–¿Por qué estoy aquí?
Me abstengo de preguntar el por qué del pan volador.
Me mira duramente y golpea la mesilla de noche con la mano, el vaso se precipita al suelo machacado. El agua que ha caído en la mesita gotea hasta formar un charco.
–Por matar judíos.
Se va apresuradamente insultándome entre dientes y da un portazo, mientras yo me quedo en la habitación mirando al techo y preguntándome si realmente tiene razón.


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