25 de septiembre de 2015

Segundo capítulo: extraña amistad.

lamisteriosachica

Capítulo 2: extraña amistad.

He pasado una noche horrible, creo que me muero o me he muerto ya, no lo sé...toso sangre a todas horas, me falta el aire y cuando me he mirado el abdomen parecía un colador de color púrpura y la herida de lo que parecía un balazo era un boquete negruzco.
Me he despertado en mitad de la madrugada y la he visto, era ella, bamboleando su vestido rojo con el viento, enmarcada con el cielo más azul y limpio que nunca he podido ver. Me ha visto y creo que corría hacia mí dando saltitos, como ella era siempre, tan niña y tan mujer a la vez, tan perfecta. Me he acercado y me ha lanzado un beso, después ha salido corriendo en la inmensidad celeste. En ese momento me he despertado con lágrimas en los ojos, sudando y delirando. He tenido que gritar mucho en sueños pues el chico, que dice que yo he matado judíos, ha venido para ver si había muerto ya, más quisiera yo haberlo hecho. Después de haberme dicho imbécil se ha marchado dejándome la amenaza de que como volviera a gritar en sueños y lo despertase me mataría con sus propias manos. Siento la tentación de gritar para que venga, para que termine de una vez con todo pero no lo hago porque estoy seguro de que algo o alguien se lo impedirá.
Me siento fatal, todo se acumula en la cabeza haciendo que casi estalle, y en este cuartucho no tengo nada que me distraiga para dejar de pensar. Desde hace un buen rato oigo chillidos agudos debajo de mi catre, donde hay algunas ratas corriendo. Aunque no me asustan no me arriesgo a bajar los pies por si me muerden los tobillos.
El tiempo pasa despacio y a la vez rápido para un alma torturada como la mía, a veces estoy tan despierto que creo que nunca más podría dormir y otras veces mis días se deslizan como en una nube borrosa, detrás de un velo asfixiante. No sé si llevo aquí un par de días o un par de años, no podría diferenciarlo. A veces me desmayo debido a un ataque de tos y despierto en mitad de la noche silenciosa oyendo solo los grititos de las ratas, los gemidos del somier y mi propia respiración agitada.
–¡Despierta!–oigo entre sueños, alguien me zarandea. Me vuelve a gritar y me da un bofetón.
Es ese chico alto, el que dice que yo mato judíos, ya no sé si lo que dijo es verdad o no, mis recuerdos son confusos. Supongo que es cierto.
–¡Quéee!–le grito mientras empiezo a distinguir siluetas en la habitación. Un hombre de unos sesenta años, muy colorado y con el pelo blanco me observa y apunta en una libreta. Lleva una bata blanca sobre unos pantalones negros algo arrugados.
Me da un escalofrió y comienzo a tiritar, los dientes me rechinan.
–Eh, tu, chucho, ha venido a verte el doctor Puldwinsky.
El doctor me hace una revisión, intentando evitar mi mirada. Oye los latidos de mi corazón y me revisa la herida del costado, últimamente me ha estado escociendo mucho.
–Creo que está infectada, tendréis que ponerle vendas, cambiárselas cada dos horas y echarle estas gotas o se le podría gangrenar. –Le dice a mi ''niñera'' y le entrega un botecito que contiene un líquido verdusco.
El doctor me levanta el camisón y me unta el líquido por la herida con una esponja, está frío y pica mucho. Me vuelve a dar un ataque de tos y el doctor se aparta asqueado. Cuando termino, me coloca un termómetro y murmura con el chico algo sobre mí. Después de unos cuantos minutos me lo quita, marca una cifra tan alta que la cabeza me da vueltas.
–¿Por qué no me matáis directamente en vez de curarme?–Le pregunto al doctor.
–¿No lo sabe todavía?–Su pregunta no va dirigida a mí y eso me molesta.
–No, estaba muy débil y no me he arriesgado a interrogarlo.
Esta charla sobre mí a mis espaldas me esta poniendo de los nervios, si tuviera fuerzas les propinaría un puñetazo a los dos. Si tuviera fuerzas...
–Si no te matamos ahora es porque queremos alargar tu sufrimiento.–Esta vez me mira fijamente a los ojos, mientras me hablaba con su voz ya cascada y ronca por la vejez–.Pronto conocerás nuestros propósitos.
Se va hasta una mesa que hay pegada a la pared, comienza a ordenar una caja con gasas, esparadrapos, pastillas y botecitos del líquido verde, los cuales estoy seguro no haber visto en todos mis meses de trabajo en el campo. Yo solo puedo pensar en el significado de "dentro de poco", ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Seis meses? ¿Seis años...?
–Dentro de un rato se la pones.–Coge un paquete con vendas y lo señala, el chico lo mira y asiente.–Dile a tus superiores que le den de comer algo mejor o no durará ni un día más, ah Yakov,
tráele también un trapo húmedo para bajarle la fiebre.
–A sus órdenes.–El chico y el doctor salen juntos de la habitación, me quedo solo en silencio e intento dormir.
No lo consigo por supuesto. Al rato Yakov vuelve con una bandeja negra donde hay sopa de patatas y un trozo de pan duro, me pregunto si eso es lo más nutritivo que tienen aquí. Sin embargo, como me apetece mucho echarle algo caliente a mi estómago sorbo la sopa rápidamente, al estar tumbado el líquido se me va por el otro lado de la garganta y las toses vuelven.
–¿Estás bien?–Me pregunta Yakov que me está observando como me ahogo.–Si te mueres estando a mi cuidado me la cargaré, estúpido nazi.
–Sí, gracias Yakov.
–¿Cómo sabes mi nombre?–Me pregunta con expresión preocupada.
–Se lo oí al doctor.–Por primera vez siento que me estoy adelantando a sus pensamientos.
–No eres como los demás nazis que están aquí.–murmura para si mismo.
–¿Por qué dices eso?
No soy como los demás nazis porque no soy uno de ellos.
–Los otros solo nos dicen insultos en alemán, cuando les llevo la comida se revuelven como perros rabiosos. Ni uno de esos tipos me ha dado las gracias nunca.–Carraspea un poco para
aclararse la garganta.– No es que piense que deban dármelas, si están aquí es porque dentro de poco morirán. A ti te he estado tratando peor que a ninguno y todavía no me has soltado ni una grosería.
Una parte de mi se siente ridículamente orgulloso por sus palabras.
–Me han educado estrictamente, además yo no soy nazi, y tú no tienes la culpa de que esta situación te haga pensar algo sobre mí que no es verdad.
Estoy seguro de que mis palabras no le han convencido lo más mínimo, sigue estudiándome con la misma desconfianza que mostraría hacia una pitón enseñando los dientes.
–Ah, ¿Cómo te llamas tú?–Me pregunta mientras se echa el pelo oscuro hacia atrás. Es extraño que nadie le haya dicho antes mi nombre. Quizás soy menos conocido de lo que esperaba.
–Ancel, Ancel Eichelberger.
–Un nombre bonito, pero por desgracia alemán.–El desdén quiebra su voz.
Los dos sabemos que si yo no fuera alemán él no tendría la necesidad de gruñirme cada vez que habla. Incluso nos podríamos llevar bien. Eso es lo que tienen las guerras, ponen en contra a padres con hijos, destrozan familias enteras y lo peor de todo es que cuando terminan y crees que todo ha pasado te persigue la incertidumbre de cómo hubiera sido tu vida si nada hubiera pasado.
–Sabes, me avergüenzo de ser alemán.–Hace unos años si me hubiera atrevido a decir eso delante de mi padre me hubiera llevado un buen bofetón.
–No me lo puedo creer, el hijo de un general nazi, ¡arrepentido! –Me mira con fingida incredulidad.
–Soy más que el hijo de un general nazi, soy una persona y tengo derecho a pensar por mí mismo. Veo lo que se les ha hecho a los judíos tan horrible como lo pueda ver cualquier hombre de bien.
–Entonces ¿qué haces aquí?
–Es una larga historia.
–Cuéntamela.–Me dice Yakov curioso. No se si lo hace por sonsacarme información o porque realmente está interesado.
–Quizás otro día. Estoy cansado.–Intento cambiar de tema pero Yakov sigue haciéndome preguntas incómodas.
–Eres el preso más aburrido al que vigilo, incluso preferiría que me insultaras, así tengo motivos para pelearme contigo.–Profiere una risotada.– Pero que más da, si quisiera podría hacerlo y nadie me miraría mal.–Termina en un suspiro.
Cuanto se ha degradado nuestra sociedad. En pocos años hemos aprendido a aceptar la violencia como algo normal, se ha aplaudido cuando debería ser condenada.
–¿Jugamos a algo?–pregunto desde la cama. Quizás así me deje de una vez.
–Espero que no sea ningún deporte porque en tu estado creo que te daría una paliza.
–Eso es ahora, si estuviera bien te ibas a enterar.
No podía imaginarnos en algún campo jugando al futbol como jóvenes normales.
–Sí, claro, claro, eres un bocazas fanfarrón y nazi.
–¿Sabes jugar a las palabras encadenadas? No sé si en tu país existe.
De pequeño mi madre y yo solíamos jugar horas y horas.
–Claro que existe.– Responde indignado el ruso, como si hubiera insultado a su país.– Supongo que es un juego mundial.
Manzana–naturaleza–zapato–tonto–torpedo–dormir–mirlos– spasibo.
–Ehh, eso no vale.–Me quejo.–¿Qué significa? –pregunto; dentro de lo triste que estoy me lo estoy pasando bien. Me agrada tener alguien con quien conversar, aunque sea diciendo palabras sin sentido.
–Gracias en ruso.
–¿Cómo que todos sabéis alemán aquí?–Pregunto, olvidándome de que acaba de hacer trampas.
–Solo sabemos el doctor y yo, por eso hacemos de intérpretes. Él es muy sabio. Sabe cinco idiomas, me enseño alemán y algo de inglés. Dice que soy un buen alumno porque aprendo muy
rápido, aunque a veces me trabo.–Parece un niño que alardea de sus buenas notas a sus padres.
–Mi padre se negó a que aprendiera idiomas, decía que el alemán era el mejor, y el único que me hacía falta hablar..
–¿Has viajado mucho?–Pregunta Yakov.
–No, solo fui con 7 años a Italia, estábamos solamente mi padre y yo. Mi madre ya había muerto en esa época.
–Siento lo de tu madre.–Mira hacia abajo, a sus pies enfundados en unas toscas botas negras.
–No pasa nada. Ya han pasado trece años.
La imagen de la cabellera rubia y rizada de mi madre permanece borrosa en mi mente pero a la vez muy cercana.
–Creo que es hora de cambiarte la venda.
Se levanta, coge la caja, saca la venda y el líquido y viene hacia mí. Al estar tumbado y él de pie, parece un gigante.
–Te voy a quitar la cadena ¿crees que podrás levantarte?
–No estoy seguro pero lo intentaré.
Coge una llave plateada con un número, el cuatro, y la mete en la cerradura que se abre con un leve quejido. Ya no tengo esa pesada cadena enganchada y puedo mover los miembros libremente, aunque ahora mismo los tengo dormidos y hormigueantes. Me incorporo apoyando las manos en la cama, al echar peso sobre la herida noto gran dolor y se me escapa un gemido. Yakov
tira de mí y consigue levantarme, aunque me cuesta mantener el equilibrio. Me quito el camisón raído, quedándome solo con unos pantalones azules. No quiero pensar en quien me quitó el uniforme.
–Levanta los brazos por favor.
Hago lo que me ordena, me desinfecta la herida con el líquido verde que quema como la pólvora, intento demostrar mi hombría a costa de tragarme las lágrimas de dolor, después empieza a enrollar la venda por mi costado rodeándolo entero, una y otra vuelta hasta que se acaba. Me quedo de pie un rato más para disfrutar de mi tiempo sin la cadena. Las piernas aún me tiemblan y el corazón me late desbocado, demasiado esfuerzo por un día. Descalzo en el suelo me acuerdo de las ratas.
–¿Cuántos días llevo aquí?–Pregunto.
–Has estado una semana inconsciente. Te encontramos en la liberación del campo, con el uniforme nazi, borracho como una cuba y congelándote. Uno de mis camaradas te disparó, por suerte fue un balazo limpio y tal como entró salió. Según me han contado un judío nos informó de que eras hijo de un importante general nazi.
–El Oberstgruppenführer (1) Hermann Eichelberger.–Digo– ¿Sabéis dónde está?
–No, por eso estás tú aquí. Tenemos la intuición de que ha huido, como muchos otros, antes de acabar la guerra. Quizás tú sepas algo de él.– Vocaliza con malicia.– O cuando descubra que su hijito corre peligro vuelva para reclamar su sentencia.
1 Rango militar equivalente a Coronel General
–Esté donde esté por mí que se pudra. Ese plan no os dará efecto, nunca le he importado.–Suspiro–Lo demuestra el haberse ido sin mi.
–¿Entonces no es tan grave que pueda estar muerto? ¿No?
–No.
Vuelvo a desear cambiar de tema. Lo único que les puedo decir sobre mi padre es una larga lista de insultos que le atribuyo.
Me pongo el camisón otra vez porque la piel se me pone de gallina a causa del frío y empiezo a dar vueltas por la habitación para que mis piernas se despierten, las noto como si fuesen de goma, mientras Yakov tira el envoltorio de la venda a un pequeño cubo de basura negro que hay en el suelo.
–¿Qué te llevó a estar aquí?–Pregunto con curiosidad. Prefiero encaminar el tema hacia su vida, seguro que es más alegre que la mía.
–No debo contarte nada sobre mi vida. Eres el enemigo.–Contesta.–Además nazi, tú tampoco quieres contarme nada sobre la tuya. ¿Por qué tengo que dar yo mi brazo a torcer?
Baja la mirada y comienza a darle vueltas al botón de la manga de su traje militar.
–Venga, puede que solo me queden un par de días de vida y no me gustaría pasarlos aquí mientras me gritas. Una historia por otra.
Mira al suelo un minuto pensando que decirme.
–Bueno vale, pero tienes que jurar por tu honor que no se lo contarás a nadie.
Creo que la curiosidad le está matando, seguramente se preguntará por que soy un alemán tan raro.
–Lo juro–me pongo la mano en el pecho, el asiente y comienza a hablar.
–Me alisté en el ejército soviético cuando tenía 15 años, ahora tengo 24. Por aquel entonces yo pasaba la vida en las calles de un pueblecito a las afueras de Stalino, aunque mi abuelo siempre le llamó Yuzovka. Una pequeña aldea ucraniana rodeada de bosques azulados y colinas verdes que tus asquerosos compatriotas se han encargado de destruir.
Me entró otro ataque de tos, eché un poco de sangre y Yakov me tendió un pañuelo.
–Gracias. Siento lo de tu ciudad... ¿vivías con alguien?
–Sí, con mi abuelo Kaeled. Siempre estábamos juntos, y aunque solo se ganaba la vida vendiendo figuras de alambre nunca me faltó nada, era un verdadero artista.–Los ojos se le iluminan al hablar de él.–Yo era su único nieto, y él, el único familiar que me quedaba. Mi madre murió cuando yo nací, en el parto y mi padre murió consumido por la pena. Cuando los alemanes mataron a mi abuelo, me quedé solo, sin comida ni techo. Todas las personas que conocía me dieron la espalda, ninguno quería hacerse cargo de un huérfano, una boca más que alimentar.
–¿Qué hiciste entonces?–Me inquieta su narración. Lo cuenta todo tal y como es, sin sobreactuar.
Me asombra el amor que sentía su padre por su madre. Cuando la mía murió mi padre no parecía estar muy afectado, siguió con su trabajo sin pararse si quiera en echar una lágrima, tan solo se notaba una mueca de tristeza en su rostro cuando su nombre era pronunciado. Mi madre era una mujer buena, me cuidaba y leía cuentos todas las noches, pero a mi juicio tenía un gran defecto del que mi padre se había aprovechado, aunque no cuestiono que la amase o no. Ella tenía muy pocos estudios, era hija de una familia rica y de pura cepa alemana pero aun así no le había dedicado tiempo a instruirse. Tenía mucho espacio vacío en su cabeza que había rellenado con eslóganes, anuncios y demás propaganda del Führer, mi padre se sentía muy orgulloso de su canario particular.
A mi pregunta, Yakov me mira un poco avergonzado.
–Al principio intenté ganarme la vida continuando el trabajo de mi abuelo, lo dejé después de cuatro muñecos retorcidos. Más tarde estuve 2 años viviendo de lo que robaba, bajo un puente del río Kalmiusen en verano y en una casa abandonada en invierno. Solo tenía una manta, ya que los alemanes destruyeron y saquearon todo lo que tenía. En esos momentos que no hablas con nadie y solo te puedes entretener pensando, comienzas a darle vueltas al por qué de tu existencia y descubrí que mi vida no tenía sentido, así que intenté suicidarme, pero no lo conseguí. Me daba demasiado miedo sufrir.–Sonríe con suficiencia.–Harto de todo, decidí apuntarme al ejército, pensé que allí tendría comida, un techo y podría morir sin tener que hacer yo todo el trabajo sucio.–Es como si Yakov hubiese vuelto a aquellos tiempos, mira a un punto fijo de la habitación, contándole la historia a la pared. Su voz se quiebra en algunas palabras.–Cuando descubrí todo lo que los alemanes le hacíais a los judíos, además de haber destruido el pueblo en el que me críe y haber matado al único familiar
que tenía, me embargó tal odio que me propuse dedicar toda mi vida a luchar contra ellos.
Me estudia esperando una respuesta pero me he quedado sin palabras. En el fondo me siento egoísta por pensar siempre que yo soy el más desafortunado del mundo.
–Eso es todo. Mi vida no ha sido muy emocionante, me quedé solo y luché por sobrevivir mientras recordaba a mi abuelo cada minuto, y tú no sabes lo duro que es eso. La pena te va desgarrando por dentro y si no encuentras nada con que distraerte terminas convertido en un saco de huesos que solo espera la muerte. Pero yo decidí seguir luchando y terminar con todos los tipos como tú.
Respira profundamente y cruza los brazos sobre el pecho cerrando los nudillos con fuerza. Quiero decirle que lo comprendo, que se lo duro que es perder todo lo que le ha dado sentido a tu vida. Pero no lo hago, no me salen las palabras sin que las acompañen las lágrimas.
–Yo no soy como otros que solo quieren conquistar Alemania o que van detrás de la guerra y la fama, yo solo quiero que quien deba pagar por esos crímenes lo haga.–Sentencia.
Los dos buscamos venganza contra mi pueblo.
La mirada de Yakov se cruza con la mía, pero rápidamente los dos la retiramos.
–Lo siento.–vuelvo a decir.
–Sabes, por mucho que no te lo creas eres el primero al que le cuento esto. Hay veces que te cuesta menos contarle algo a un
desconocido que a alguien cercano. Quizás tú también te sentirías mejor si hablases con un desconocido.
–A ti ya te conozco, entonces no sirves.
Reímos incómodos.
–Ancel, es hora de dormir, ¿quieres un somnífero? Últimamente gritas mucho.
–vale, aunque también aceptaría un bozal.
Se levanta, se coloca bien el uniforme y va al rincón donde el doctor había dejado la caja de medicinas. Me da una pastillita azul y redonda y un vaso de agua, yo me la tomo obedientemente. Estoy seguro de que no merezco tan gran privilegio.
La niebla del sueño me va arrastrando lentamente hasta hacer que no me pueda mover, cierro los parpados y caigo en un agujero negro.

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