25 de noviembre de 2015

Capitulo 5: Latidos.

lamisteriosachica

Capítulo 5: Latidos. 
Me quedé en la misma postura un rato, con la mano sobre su corazón, empujando su pecho y esperando algún movimiento que me dijese que no había llegado demasiado tarde. Quedarme en esa casa mucho tiempo era un suicidio, si el humo no me ahogaba a mí también me tendría que enfrentar a la luz del día, indefenso y manchado de hollín. Una llamarada chisporreteó detrás de mí, la nuca me ardía y el miedo a morir achicharrado me empujaba a huir de esa casa que se consumía poco a poco. No había nada que hacer a parte de irme; no tenía ánimo para llevar comida a nadie. Absorto en mis pensamientos no reparé en que mi mano se movía arriba y a bajo, bajo la fuerza de las lentas palpitaciones de la esperanza. Sonreí entre el humo, sin apartar aún la mano del corazón del desconocido.
–¡Está vivo!–Grité a la casa, eufórico.
Lo cogí, me lo eché al hombro y salí a trompicones tropezando por el camino con sofás, libros y cascotes. Un álbum de fotos yacía en el suelo con las pastas manchadas de hollín. El humo aspirado me estaba haciendo efecto, la cabeza me daba vueltas y la garganta me picaba. Tenía que salir de allí lo más rápido posible, antes de que me cayese en redondo y todo mi esfuerzo no hubiese servido de nada.
En el exterior me recibió una fuerte ráfaga de aire helado. Fue un gran contraste la temperatura fresca de fuera con el calor asfixiante de la mansión. Deposité mi carga boca arriba sobre el suelo en una zona donde el calor no nos podía afectar ya. Me acerqué, jadeante, al desconocido hasta estar arrodillado a su
lado. Para mi sorpresa era una chica, puede que la chica más preciosa que había visto en mi vida. Me senté junto a ella y le aparté el pelo de la cara caliente. Me sentía afortunado.
La ceniza caía del cielo como algodonosos copos de nieve, pero la chica y yo estábamos en una burbuja, dónde nada importaba, solo nosotros. Me daba igual que hiciese frío y se oyeran grandes truenos, que alguien me viese o que la casa se cayera a pedazos en ese momento.
Empezó a llover a cantaros. Las gotas frías resbalaban por mis mejillas y me empaparon el pelo; la chica ni se inmutaba, seguía quieta en el suelo. Si su pecho no se hubiese movido con cada respiración la habría creído muerta.
La mansión se iba apagando poco a poco y los colores mojados de la calle se habían vuelto fríos y oscuros, pronto se formaron charcos de agua negra a nuestro alrededor. Me sacudí las cenizas del pelo y la cara, frotándome los ojos que aún me lloraban, el olor del ambiente me recordaba a las barbacoas en el campo, y a las chimeneas del invierno.
Mi vista no se despegaba de la chica; no era guapa como las típicas mujeres alemanas, ni si quiera era del tipo de chicas que ves en las revistas, con corsés y faldas cortas. Tenía la belleza del enemigo. Una belleza desgarradoramente dulce. Haberla rescatado era horrible. Estaba seguro de que al día siguiente estaría de camino a Auschwitz o con un cartelito colgado en la frente en la que me llamasen "enemigo de la patria" o simplemente "burro". No podía llevarla a casa, tampoco podía dejarla allí bajo la lluvia. Lo que al principio me había llenado de euforia se estaba convirtiendo en un gran problema.
Nunca había hablado con nadie que fuera judío excepto con Nanna. Todo el mundo odiaba a los judíos, para la gente era como el mal en persona, ni siquiera los consideraban eso, para ellos no eran como yo, eran infrahumanos que no tenían derecho a nada. La frase "ellos no son como nosotros" se repetía incesantemente en las escuelas alemanas, llenando las cabezas huecas de los jóvenes y levantando en ellos pasiones bélicas y ganas de luchar. Pero yo sabía que eso no podía ser verdad, ¿qué diferencia tenía un judío de un alemán que no fuera solo la raza?, los judíos tenían hambre, tenían sed, cuando se cortaban salía sangre, exactamente igual que nosotros. Pero incluso yo a veces los odiaba... ¿A quién le íbamos a echar la culpa de todas las desgracias que nos pasaban si no?
Jugueteé con un mechón castaño de la chica, se le había soltado del moño y le daba un aspecto aniñado y desarreglado. Su rostro carecía de color alguno salvo las mejillas encendidas por el calor y unas cuantas pecas salpicadas. Todo esto estaba rematado por una boca color cereza, pequeña aunque llena y en forma de corazón.
No podía pensar en dejarla allí sin que el sentimiento de culpabilidad se me clavara en el estómago. Mi país me decía que la entregara a la SS. Sería lo mejor para los dos...Suspiré y me la volví a cargar al hombro, se revolvió un poco y tuve la esperanza de que volviese en sí. Era una carga fácil de llevar y no me supuso un esfuerzo muy grande. La dejé cuidadosamente sobre la carretilla que había en la calle deseando que soportase el peso. Me sonrojé al admirarla, estaba solamente vestida con un camisón celeste que ahora estaba empapado y se le pegaba al cuerpo marcando sus delgadas costillas. Sobre el brazo izquierdo llevaba el brazalete judío, con el fondo blanco y la estrella de David amarilla. Me quité las varias chaquetas que llevaba y la oculté por completo,
un camuflaje a prueba de transeúntes...
Por el camino la carretilla iba dando tumbos de un lado a otro, resbalando sus ruedas por el suelo empapado. La ropa me pesaba toneladas y las gotitas me hacían cosquillas por el cuello. Las calles seguían en silencio salvo por el repiqueteo de la lluvia contra el pavimento y el ambiente olía tan bien... a hierba mojada y a pan recién hecho de la panadería de al lado. ¿Sería muy ético lo que estaba haciendo? la estaba metiendo en la cueva del lobo... una judía en la casa de un general nazi. Me castigarían el doble, por burlarme del país.
Llegué hasta mi calle y abrí la puerta cuidadosamente. La casa seguía en silencio y parecía que Nanna aún no se había despertado. Cuando estaba subiendo los escalones con la carreta a pulso atisbé luz en el pasillo.
–¿Qué haces despierto a estas horas?–Me preguntó Nanna vestida en pijama y con un ridículo gorro para dormir en la cabeza que le tapaba hasta las orejas–¿Qué llevas en esa carretilla?–Puso los brazos en jarras como señal de desaprobación y frunció los labios. Me habían pillado con las manos en la masa
–Ee...na nada–comencé a tartamudear y estuvo a punto de darme un ataque de risa. La situación era bastante seria así que me mordí la lengua y dije lo primero que se me vino a la cabeza– Es que escuché el piar de una gaviota en el tejado, fui a ver y me la encontré con un ala rota y la he traído para curarla.
Me dí una palmada mental en la frente por inventarme tan mala excusa...Estaba preparado para una reprimenda, para que destapara la carretilla y llamara corriendo a mi padre. No, Nanna no haría eso. ¿O si?
–Chico ¿tu estás loco?, ¿no te podías conformar con algo más pequeño?–Su cara expresiva y algo arrugada me miró perspicazmente.– ¿Por qué la traes tapada?, anda trae que la vas a asfixiar, bruto. Yo la curaré.
–¡No! Un estudio ha revelado que las gaviotas con bajo porcentaje de sueño viven menos y se recuperan más tarde de sus heridas. ¿Quieres qué pase eso?, Nanna hay cosas que un hombre debe hacer solo. Sobrevivirá.
Una risilla salió de entre sus dientes aunque no parecía que le hiciera mucha gracia haberse despertado tan temprano por mi culpa.
–Vale, vale. Hombretón. Si no te importa yo también necesito mi porcentaje de sueño o me pondré de muy mal humor.
Dio unos pasos hacia su habitación y luego se giró.
–Por cierto, ¿está lloviendo?
–¿Cómo lo sabes?
–O está lloviendo o has molestado a alguna vecina y te ha tirado un cubo de agua.–Empezó a reírse–Anda cámbiate de ropa y vuelve a dormir.
–Gracias Nanna–Le planté un gran beso en la mejilla.
Se marchó a su habitación murmurando algo sobre los chicos de hoy en día, yo aproveché para quitarme de en medio lo más rápido posible, no fuera que volviese y siguiera con el interrogatorio.
Me sentí el mayor embustero del mundo, pero aun así me alegraba haber salido del paso. Ni siquiera sabía si había gaviotas en Berlín. De todas formas Nanna no era muy culta. Nunca había estudiado y tan solo sabía lo mínimo, leer, escribir y contar, aunque como se dice el diablo sabe más por viejo que por diablo. vivía en mi casa desde que tengo memoria y creo que también estuvo cuidando a mi padre cuando él era pequeño, se salvó de ir a algún campo de concentración gracias a estar en mi casa, mi padre se negó a que fuera y como era un importante cargo no le rechistaron.
Aunque se hubiera creído mi mentira sabía que en poco tiempo le terminaría contando todo. A Nanna no le podía mentir, me conocía demasiado bien.