25 de septiembre de 2015

Segundo capítulo: extraña amistad.

lamisteriosachica

Capítulo 2: extraña amistad.

He pasado una noche horrible, creo que me muero o me he muerto ya, no lo sé...toso sangre a todas horas, me falta el aire y cuando me he mirado el abdomen parecía un colador de color púrpura y la herida de lo que parecía un balazo era un boquete negruzco.
Me he despertado en mitad de la madrugada y la he visto, era ella, bamboleando su vestido rojo con el viento, enmarcada con el cielo más azul y limpio que nunca he podido ver. Me ha visto y creo que corría hacia mí dando saltitos, como ella era siempre, tan niña y tan mujer a la vez, tan perfecta. Me he acercado y me ha lanzado un beso, después ha salido corriendo en la inmensidad celeste. En ese momento me he despertado con lágrimas en los ojos, sudando y delirando. He tenido que gritar mucho en sueños pues el chico, que dice que yo he matado judíos, ha venido para ver si había muerto ya, más quisiera yo haberlo hecho. Después de haberme dicho imbécil se ha marchado dejándome la amenaza de que como volviera a gritar en sueños y lo despertase me mataría con sus propias manos. Siento la tentación de gritar para que venga, para que termine de una vez con todo pero no lo hago porque estoy seguro de que algo o alguien se lo impedirá.
Me siento fatal, todo se acumula en la cabeza haciendo que casi estalle, y en este cuartucho no tengo nada que me distraiga para dejar de pensar. Desde hace un buen rato oigo chillidos agudos debajo de mi catre, donde hay algunas ratas corriendo. Aunque no me asustan no me arriesgo a bajar los pies por si me muerden los tobillos.
El tiempo pasa despacio y a la vez rápido para un alma torturada como la mía, a veces estoy tan despierto que creo que nunca más podría dormir y otras veces mis días se deslizan como en una nube borrosa, detrás de un velo asfixiante. No sé si llevo aquí un par de días o un par de años, no podría diferenciarlo. A veces me desmayo debido a un ataque de tos y despierto en mitad de la noche silenciosa oyendo solo los grititos de las ratas, los gemidos del somier y mi propia respiración agitada.
–¡Despierta!–oigo entre sueños, alguien me zarandea. Me vuelve a gritar y me da un bofetón.
Es ese chico alto, el que dice que yo mato judíos, ya no sé si lo que dijo es verdad o no, mis recuerdos son confusos. Supongo que es cierto.
–¡Quéee!–le grito mientras empiezo a distinguir siluetas en la habitación. Un hombre de unos sesenta años, muy colorado y con el pelo blanco me observa y apunta en una libreta. Lleva una bata blanca sobre unos pantalones negros algo arrugados.
Me da un escalofrió y comienzo a tiritar, los dientes me rechinan.
–Eh, tu, chucho, ha venido a verte el doctor Puldwinsky.
El doctor me hace una revisión, intentando evitar mi mirada. Oye los latidos de mi corazón y me revisa la herida del costado, últimamente me ha estado escociendo mucho.
–Creo que está infectada, tendréis que ponerle vendas, cambiárselas cada dos horas y echarle estas gotas o se le podría gangrenar. –Le dice a mi ''niñera'' y le entrega un botecito que contiene un líquido verdusco.
El doctor me levanta el camisón y me unta el líquido por la herida con una esponja, está frío y pica mucho. Me vuelve a dar un ataque de tos y el doctor se aparta asqueado. Cuando termino, me coloca un termómetro y murmura con el chico algo sobre mí. Después de unos cuantos minutos me lo quita, marca una cifra tan alta que la cabeza me da vueltas.
–¿Por qué no me matáis directamente en vez de curarme?–Le pregunto al doctor.
–¿No lo sabe todavía?–Su pregunta no va dirigida a mí y eso me molesta.
–No, estaba muy débil y no me he arriesgado a interrogarlo.
Esta charla sobre mí a mis espaldas me esta poniendo de los nervios, si tuviera fuerzas les propinaría un puñetazo a los dos. Si tuviera fuerzas...
–Si no te matamos ahora es porque queremos alargar tu sufrimiento.–Esta vez me mira fijamente a los ojos, mientras me hablaba con su voz ya cascada y ronca por la vejez–.Pronto conocerás nuestros propósitos.
Se va hasta una mesa que hay pegada a la pared, comienza a ordenar una caja con gasas, esparadrapos, pastillas y botecitos del líquido verde, los cuales estoy seguro no haber visto en todos mis meses de trabajo en el campo. Yo solo puedo pensar en el significado de "dentro de poco", ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Seis meses? ¿Seis años...?
–Dentro de un rato se la pones.–Coge un paquete con vendas y lo señala, el chico lo mira y asiente.–Dile a tus superiores que le den de comer algo mejor o no durará ni un día más, ah Yakov,
tráele también un trapo húmedo para bajarle la fiebre.
–A sus órdenes.–El chico y el doctor salen juntos de la habitación, me quedo solo en silencio e intento dormir.
No lo consigo por supuesto. Al rato Yakov vuelve con una bandeja negra donde hay sopa de patatas y un trozo de pan duro, me pregunto si eso es lo más nutritivo que tienen aquí. Sin embargo, como me apetece mucho echarle algo caliente a mi estómago sorbo la sopa rápidamente, al estar tumbado el líquido se me va por el otro lado de la garganta y las toses vuelven.
–¿Estás bien?–Me pregunta Yakov que me está observando como me ahogo.–Si te mueres estando a mi cuidado me la cargaré, estúpido nazi.
–Sí, gracias Yakov.
–¿Cómo sabes mi nombre?–Me pregunta con expresión preocupada.
–Se lo oí al doctor.–Por primera vez siento que me estoy adelantando a sus pensamientos.
–No eres como los demás nazis que están aquí.–murmura para si mismo.
–¿Por qué dices eso?
No soy como los demás nazis porque no soy uno de ellos.
–Los otros solo nos dicen insultos en alemán, cuando les llevo la comida se revuelven como perros rabiosos. Ni uno de esos tipos me ha dado las gracias nunca.–Carraspea un poco para
aclararse la garganta.– No es que piense que deban dármelas, si están aquí es porque dentro de poco morirán. A ti te he estado tratando peor que a ninguno y todavía no me has soltado ni una grosería.
Una parte de mi se siente ridículamente orgulloso por sus palabras.
–Me han educado estrictamente, además yo no soy nazi, y tú no tienes la culpa de que esta situación te haga pensar algo sobre mí que no es verdad.
Estoy seguro de que mis palabras no le han convencido lo más mínimo, sigue estudiándome con la misma desconfianza que mostraría hacia una pitón enseñando los dientes.
–Ah, ¿Cómo te llamas tú?–Me pregunta mientras se echa el pelo oscuro hacia atrás. Es extraño que nadie le haya dicho antes mi nombre. Quizás soy menos conocido de lo que esperaba.
–Ancel, Ancel Eichelberger.
–Un nombre bonito, pero por desgracia alemán.–El desdén quiebra su voz.
Los dos sabemos que si yo no fuera alemán él no tendría la necesidad de gruñirme cada vez que habla. Incluso nos podríamos llevar bien. Eso es lo que tienen las guerras, ponen en contra a padres con hijos, destrozan familias enteras y lo peor de todo es que cuando terminan y crees que todo ha pasado te persigue la incertidumbre de cómo hubiera sido tu vida si nada hubiera pasado.
–Sabes, me avergüenzo de ser alemán.–Hace unos años si me hubiera atrevido a decir eso delante de mi padre me hubiera llevado un buen bofetón.
–No me lo puedo creer, el hijo de un general nazi, ¡arrepentido! –Me mira con fingida incredulidad.
–Soy más que el hijo de un general nazi, soy una persona y tengo derecho a pensar por mí mismo. Veo lo que se les ha hecho a los judíos tan horrible como lo pueda ver cualquier hombre de bien.
–Entonces ¿qué haces aquí?
–Es una larga historia.
–Cuéntamela.–Me dice Yakov curioso. No se si lo hace por sonsacarme información o porque realmente está interesado.
–Quizás otro día. Estoy cansado.–Intento cambiar de tema pero Yakov sigue haciéndome preguntas incómodas.
–Eres el preso más aburrido al que vigilo, incluso preferiría que me insultaras, así tengo motivos para pelearme contigo.–Profiere una risotada.– Pero que más da, si quisiera podría hacerlo y nadie me miraría mal.–Termina en un suspiro.
Cuanto se ha degradado nuestra sociedad. En pocos años hemos aprendido a aceptar la violencia como algo normal, se ha aplaudido cuando debería ser condenada.
–¿Jugamos a algo?–pregunto desde la cama. Quizás así me deje de una vez.
–Espero que no sea ningún deporte porque en tu estado creo que te daría una paliza.
–Eso es ahora, si estuviera bien te ibas a enterar.
No podía imaginarnos en algún campo jugando al futbol como jóvenes normales.
–Sí, claro, claro, eres un bocazas fanfarrón y nazi.
–¿Sabes jugar a las palabras encadenadas? No sé si en tu país existe.
De pequeño mi madre y yo solíamos jugar horas y horas.
–Claro que existe.– Responde indignado el ruso, como si hubiera insultado a su país.– Supongo que es un juego mundial.
Manzana–naturaleza–zapato–tonto–torpedo–dormir–mirlos– spasibo.
–Ehh, eso no vale.–Me quejo.–¿Qué significa? –pregunto; dentro de lo triste que estoy me lo estoy pasando bien. Me agrada tener alguien con quien conversar, aunque sea diciendo palabras sin sentido.
–Gracias en ruso.
–¿Cómo que todos sabéis alemán aquí?–Pregunto, olvidándome de que acaba de hacer trampas.
–Solo sabemos el doctor y yo, por eso hacemos de intérpretes. Él es muy sabio. Sabe cinco idiomas, me enseño alemán y algo de inglés. Dice que soy un buen alumno porque aprendo muy
rápido, aunque a veces me trabo.–Parece un niño que alardea de sus buenas notas a sus padres.
–Mi padre se negó a que aprendiera idiomas, decía que el alemán era el mejor, y el único que me hacía falta hablar..
–¿Has viajado mucho?–Pregunta Yakov.
–No, solo fui con 7 años a Italia, estábamos solamente mi padre y yo. Mi madre ya había muerto en esa época.
–Siento lo de tu madre.–Mira hacia abajo, a sus pies enfundados en unas toscas botas negras.
–No pasa nada. Ya han pasado trece años.
La imagen de la cabellera rubia y rizada de mi madre permanece borrosa en mi mente pero a la vez muy cercana.
–Creo que es hora de cambiarte la venda.
Se levanta, coge la caja, saca la venda y el líquido y viene hacia mí. Al estar tumbado y él de pie, parece un gigante.
–Te voy a quitar la cadena ¿crees que podrás levantarte?
–No estoy seguro pero lo intentaré.
Coge una llave plateada con un número, el cuatro, y la mete en la cerradura que se abre con un leve quejido. Ya no tengo esa pesada cadena enganchada y puedo mover los miembros libremente, aunque ahora mismo los tengo dormidos y hormigueantes. Me incorporo apoyando las manos en la cama, al echar peso sobre la herida noto gran dolor y se me escapa un gemido. Yakov
tira de mí y consigue levantarme, aunque me cuesta mantener el equilibrio. Me quito el camisón raído, quedándome solo con unos pantalones azules. No quiero pensar en quien me quitó el uniforme.
–Levanta los brazos por favor.
Hago lo que me ordena, me desinfecta la herida con el líquido verde que quema como la pólvora, intento demostrar mi hombría a costa de tragarme las lágrimas de dolor, después empieza a enrollar la venda por mi costado rodeándolo entero, una y otra vuelta hasta que se acaba. Me quedo de pie un rato más para disfrutar de mi tiempo sin la cadena. Las piernas aún me tiemblan y el corazón me late desbocado, demasiado esfuerzo por un día. Descalzo en el suelo me acuerdo de las ratas.
–¿Cuántos días llevo aquí?–Pregunto.
–Has estado una semana inconsciente. Te encontramos en la liberación del campo, con el uniforme nazi, borracho como una cuba y congelándote. Uno de mis camaradas te disparó, por suerte fue un balazo limpio y tal como entró salió. Según me han contado un judío nos informó de que eras hijo de un importante general nazi.
–El Oberstgruppenführer (1) Hermann Eichelberger.–Digo– ¿Sabéis dónde está?
–No, por eso estás tú aquí. Tenemos la intuición de que ha huido, como muchos otros, antes de acabar la guerra. Quizás tú sepas algo de él.– Vocaliza con malicia.– O cuando descubra que su hijito corre peligro vuelva para reclamar su sentencia.
1 Rango militar equivalente a Coronel General
–Esté donde esté por mí que se pudra. Ese plan no os dará efecto, nunca le he importado.–Suspiro–Lo demuestra el haberse ido sin mi.
–¿Entonces no es tan grave que pueda estar muerto? ¿No?
–No.
Vuelvo a desear cambiar de tema. Lo único que les puedo decir sobre mi padre es una larga lista de insultos que le atribuyo.
Me pongo el camisón otra vez porque la piel se me pone de gallina a causa del frío y empiezo a dar vueltas por la habitación para que mis piernas se despierten, las noto como si fuesen de goma, mientras Yakov tira el envoltorio de la venda a un pequeño cubo de basura negro que hay en el suelo.
–¿Qué te llevó a estar aquí?–Pregunto con curiosidad. Prefiero encaminar el tema hacia su vida, seguro que es más alegre que la mía.
–No debo contarte nada sobre mi vida. Eres el enemigo.–Contesta.–Además nazi, tú tampoco quieres contarme nada sobre la tuya. ¿Por qué tengo que dar yo mi brazo a torcer?
Baja la mirada y comienza a darle vueltas al botón de la manga de su traje militar.
–Venga, puede que solo me queden un par de días de vida y no me gustaría pasarlos aquí mientras me gritas. Una historia por otra.
Mira al suelo un minuto pensando que decirme.
–Bueno vale, pero tienes que jurar por tu honor que no se lo contarás a nadie.
Creo que la curiosidad le está matando, seguramente se preguntará por que soy un alemán tan raro.
–Lo juro–me pongo la mano en el pecho, el asiente y comienza a hablar.
–Me alisté en el ejército soviético cuando tenía 15 años, ahora tengo 24. Por aquel entonces yo pasaba la vida en las calles de un pueblecito a las afueras de Stalino, aunque mi abuelo siempre le llamó Yuzovka. Una pequeña aldea ucraniana rodeada de bosques azulados y colinas verdes que tus asquerosos compatriotas se han encargado de destruir.
Me entró otro ataque de tos, eché un poco de sangre y Yakov me tendió un pañuelo.
–Gracias. Siento lo de tu ciudad... ¿vivías con alguien?
–Sí, con mi abuelo Kaeled. Siempre estábamos juntos, y aunque solo se ganaba la vida vendiendo figuras de alambre nunca me faltó nada, era un verdadero artista.–Los ojos se le iluminan al hablar de él.–Yo era su único nieto, y él, el único familiar que me quedaba. Mi madre murió cuando yo nací, en el parto y mi padre murió consumido por la pena. Cuando los alemanes mataron a mi abuelo, me quedé solo, sin comida ni techo. Todas las personas que conocía me dieron la espalda, ninguno quería hacerse cargo de un huérfano, una boca más que alimentar.
–¿Qué hiciste entonces?–Me inquieta su narración. Lo cuenta todo tal y como es, sin sobreactuar.
Me asombra el amor que sentía su padre por su madre. Cuando la mía murió mi padre no parecía estar muy afectado, siguió con su trabajo sin pararse si quiera en echar una lágrima, tan solo se notaba una mueca de tristeza en su rostro cuando su nombre era pronunciado. Mi madre era una mujer buena, me cuidaba y leía cuentos todas las noches, pero a mi juicio tenía un gran defecto del que mi padre se había aprovechado, aunque no cuestiono que la amase o no. Ella tenía muy pocos estudios, era hija de una familia rica y de pura cepa alemana pero aun así no le había dedicado tiempo a instruirse. Tenía mucho espacio vacío en su cabeza que había rellenado con eslóganes, anuncios y demás propaganda del Führer, mi padre se sentía muy orgulloso de su canario particular.
A mi pregunta, Yakov me mira un poco avergonzado.
–Al principio intenté ganarme la vida continuando el trabajo de mi abuelo, lo dejé después de cuatro muñecos retorcidos. Más tarde estuve 2 años viviendo de lo que robaba, bajo un puente del río Kalmiusen en verano y en una casa abandonada en invierno. Solo tenía una manta, ya que los alemanes destruyeron y saquearon todo lo que tenía. En esos momentos que no hablas con nadie y solo te puedes entretener pensando, comienzas a darle vueltas al por qué de tu existencia y descubrí que mi vida no tenía sentido, así que intenté suicidarme, pero no lo conseguí. Me daba demasiado miedo sufrir.–Sonríe con suficiencia.–Harto de todo, decidí apuntarme al ejército, pensé que allí tendría comida, un techo y podría morir sin tener que hacer yo todo el trabajo sucio.–Es como si Yakov hubiese vuelto a aquellos tiempos, mira a un punto fijo de la habitación, contándole la historia a la pared. Su voz se quiebra en algunas palabras.–Cuando descubrí todo lo que los alemanes le hacíais a los judíos, además de haber destruido el pueblo en el que me críe y haber matado al único familiar
que tenía, me embargó tal odio que me propuse dedicar toda mi vida a luchar contra ellos.
Me estudia esperando una respuesta pero me he quedado sin palabras. En el fondo me siento egoísta por pensar siempre que yo soy el más desafortunado del mundo.
–Eso es todo. Mi vida no ha sido muy emocionante, me quedé solo y luché por sobrevivir mientras recordaba a mi abuelo cada minuto, y tú no sabes lo duro que es eso. La pena te va desgarrando por dentro y si no encuentras nada con que distraerte terminas convertido en un saco de huesos que solo espera la muerte. Pero yo decidí seguir luchando y terminar con todos los tipos como tú.
Respira profundamente y cruza los brazos sobre el pecho cerrando los nudillos con fuerza. Quiero decirle que lo comprendo, que se lo duro que es perder todo lo que le ha dado sentido a tu vida. Pero no lo hago, no me salen las palabras sin que las acompañen las lágrimas.
–Yo no soy como otros que solo quieren conquistar Alemania o que van detrás de la guerra y la fama, yo solo quiero que quien deba pagar por esos crímenes lo haga.–Sentencia.
Los dos buscamos venganza contra mi pueblo.
La mirada de Yakov se cruza con la mía, pero rápidamente los dos la retiramos.
–Lo siento.–vuelvo a decir.
–Sabes, por mucho que no te lo creas eres el primero al que le cuento esto. Hay veces que te cuesta menos contarle algo a un
desconocido que a alguien cercano. Quizás tú también te sentirías mejor si hablases con un desconocido.
–A ti ya te conozco, entonces no sirves.
Reímos incómodos.
–Ancel, es hora de dormir, ¿quieres un somnífero? Últimamente gritas mucho.
–vale, aunque también aceptaría un bozal.
Se levanta, se coloca bien el uniforme y va al rincón donde el doctor había dejado la caja de medicinas. Me da una pastillita azul y redonda y un vaso de agua, yo me la tomo obedientemente. Estoy seguro de que no merezco tan gran privilegio.
La niebla del sueño me va arrastrando lentamente hasta hacer que no me pueda mover, cierro los parpados y caigo en un agujero negro.

Obsolescencia programada

lamisteriosachica

Obsolescencia programada
Hoy, como ejercicio en clase de Comunicación mediática nos han mostrado este vídeo sobre robots tan monos. Al principio me ha parecido gracioso. Sinceramente la imagen de esas máquinas pequeñitas rojas moviéndose como pingüinos y bailando me ha recordado a algunos de mis juguetes de la infancia y me ha hecho sonreír. Sin embargo, al terminar me he quedado reflexionando sobre el verdadero mensaje del corto y de cómo las nuevas tecnologías influyen en nuestras vidas.
Somos seres sociables. O más o menos sociables en función de la persona a la que nos refiramos. Digamos que en mi caso medianamente sociable. Somos animales que buscan la cercanía de los otros, la amistad y el afecto de quienes nos rodea. A nadie le gusta estar solo, ni si quiera a ese animalillo que corretea por el campo. Los leones van en manada, los ciervos también.
Desde la aparición de los medios de comunicación, el ser humano ha tenido más aun al alcance de la mano la posibilidad de mantener relaciones con los demás, hacerse más cercanos y crear vínculos supuestamente más fuertes. Sin embargo, el vídeo me ha hecho pensar que quizás esto no sea del todo cierto.
Remontándonos al pasado, pongo como ejemplo algo tan sencillo como ir en tren. Odio ir sola en tren sin mi teléfono móvil. Odio sentarme en el asiento callada a esperar como pasan y pasan las paradas mientras que a mí alrededor solo veo gente con la nariz pegada a una pantalla, gente que no se ve los unos a los otros. Así que cuando llego me coloco los cascos, subo el volumen de la música a tope y empiezo a mirar por la ventana mientras cuento las paradas. Pinto, Getafe industrial, el Casar…pasan en frente de mis ojos. Sí, yo también soy de ese rebaño de personas que no levantan la cabeza. Nadie mira a nadie. Nadie alza la vista del aparato electrónico para sonreírse o decir buenos días.
Supongo que cien años atrás la gente cuando iba en tren conversaba, aunque solo fuese por cortesía, y que incluso de esos viajes saldrían motivos de inspiración para novelas, largas amistades e incluso historias de amor. En cambio hoy en día estamos tan ocupados ignorándonos los unos a los otros como para dejar que eso suceda. No sabemos cuántas cosas podemos llegar a perdernos de la vida por estar pendiente a una pantalla, a cuántas personas no conocemos o cuántas puestas de sol dejamos de ver por estar prestando atención a otra parte.
Otro caso muy triste podría ser esas escenas tan comunes que podemos ver en las cafeterías o bares. Grupos de amigos o incluso parejas que no se prestan atención, mientras juegan al Candy Crush o escriben wassaps. Si, todos lo hemos hecho alguna vez y me incluyo.
No quiero imaginarme cómo será la vida dentro de cincuenta años. Yo me crie jugando con mis peluches, coloreando y leyendo cuentos. ¿Qué será del mundo cuando quienes lo dirijan sean los niños que hoy nacen con una Tablet bajo el brazo? ¿Cómo serán las relaciones que mantengan las personas?
Las nuevas tecnologías nos hacen a todos iguales. Nos encasillan en grupos en los que sentirnos identificados, nos marca el camino y nos da unas pautas sobre como comportarnos, que comer, que música escuchar o que películas ver. ¿Podríamos considerarnos realmente libres viviendo en un mundo programado? Cada paso que damos, cada decisión que tomamos está influido por los medios, por la publicidad y por las masas.
A veces me gustaría haber nacido en otra época. En un siglo donde las cosas fueran más sencillas y no dependieras de la tecnología para sobrevivir o ser feliz, donde realmente pudiéramos disfrutar de la libertad de salir de casa sin nada en los bolsillos y donde tomar un café significara tomar un café. Donde la gente aún se parase a levantar la cabeza y sonreír y que no contestar a un mensaje no significara que una banda organizada te había secuestrado. Donde nadie decidiera por nosotros.
Llamadme rara pero soy de esas personas que a veces necesita apagar el móvil y pasar del mundo. Concentrarme en el aquí y el ahora, en el paisaje y en la puesta de sol. Me gusta perderme y no tener GPS que me encuentre. Perderme y encontrarme a mí misma en el camino.

Tristemente, a pesar de que a veces desconecte y me olvide de toda esa tecnología que nos rodea, sé que al final no soy más que uno de esos pequeños robots, otra oveja del rebaño. Una pieza más de es obsolescencia programada a la que ahora llamamos mundo.

21 de septiembre de 2015

En Berlín no hay rosas azules.-Primer capítulo.

lamisteriosachica



En Berlín no hay rosas azules es el nombre de mi primera novela, la cual terminé hace un año. Creo que ya es hora de que podáis leer algunos capítulos así que los iré subiendo al blog y también a mi página de Wattpad. Por cada capítulo del libro irá adjuntada una canción diferente, con la que me inspiré para escribirlo. 

Esta novela está ambientada en Alemania, en los últimos años del imperio nazi. Su protagonista, Ancel Eichelberge, hijo de un alto mando nazi, se verá obligado a elegir entre los ideales de su patria y su familia, y lo que realmente ama. 
Aquí os dejo el primer capítulo, espero que os guste.


Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.
El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Charles Spencer Chaplin.
Capítulo 1: En el cielo.
Despierto, todo lo que me rodea es demasiado blanco y la luz me hiere los ojos entrecerrados. Quizás esté en el cielo, lo dudo mucho, una persona como yo jamás podría ir allí. No, no estoy en el cielo, atisbo una habitación coloreada con tonos grises, suelos sucios repletos de polvo y paredes manchadas de algo que a simple vista parece marrón. Una habitación tan terriblemente familiar para mí que prefiero cerrar los ojos, el almacén de medicinas de Auschwitz. Estoy tapado hasta el cuello con una especie de sábana, pero en realidad solo es un saco de fina rafia, gris también, del mismo tono que mi mundo.
Escucho gritos desde algún otro sitio, insultos y un "sucio alemán" demasiado alto, demasiado amenazador. No sé si deseo que venga alguien a verme. ¿Para qué? ¿Para que me griten a mí también? Mi cabeza intenta pensar en algo que ha pasado, sé perfectamente lo que es, pero no le dejo que lo recuerde. Creo que no estoy preparado para afrontar la realidad todavía, así que mejor dejarlo estar. Ya podré coger el toro por los cuernos en otro momento.
Ojalá pudiera volver a dormirme, pero los dioses del sueño no me lo permiten. Intento incorporarme pero cada vez que hago algún movimiento me duele como si me estuvieran clavando una navaja. Me pregunto por qué la vida tiene que ser tan injusta, ¿por qué he tenido que nacer en esta época donde solo hay guerras y muerte por todas partes?, ¿qué he hecho yo para merecer todo lo que me pasa?. Si Dios existe está siendo muy malvado conmigo. En esta pequeña habitación me siento como un niño indefenso, que no entiende nada y al que las cosas le sobrepasan, quizás soy demasiado inmaduro para afrontar todo lo que ha pasado en mi vida en los últimos meses.
A mi lado hay una mesilla de madera oscura sobre la que yace un vaso de agua, descascarillado y amarillento, y un plato con un trozo de pan. Me giro con gran dolor por parte de mis músculos. Creo que estoy herido, pero no le doy mucha importancia. Cojo el vaso de agua y bebo, mi boca está seca, tengo frío y solo estoy vestido con un camisón blanco que tiene una mancha roja y oscura. Intento levantarme pero no puedo moverme, mis extremidades no responden, tengo un intenso ardor en el costado y creo que estoy encadenado a la cama. No tengo miedo, ya todo me da igual, quien sea que me tenga aquí encerrado me puede hacer lo que desee. No voy a pelear ni a luchar más.
Se abre la puerta de un gran empujón y golpea la pared dejando un agujero allí donde ha impactado el pomo. Entra en la sala un hombre robusto y alto, con el pelo moreno y despeinado. Va ataviado con un traje militar del que prenden insignias, me doy cuenta de que es de la unión soviética pues la más grande, que está en el lugar del corazón, es una estrella amarilla enorme con una hoz y un martillo; brilla mucho. Me recuerda tanto a la que llevaba ella. Se acerca a mi cama. Desde aquí le puedo ver mejor las facciones, sus ojos son de pura frialdad azul, su perfil cuadrado y anguloso, tiene la nariz rota y un poco torcida y la piel pálida. Una cicatriz le cruza por encima de la ceja. ¿Llevaban nuestros soldados un aspecto tan sucio y desaliñado?
–Voy a ser tu niñera durante el tiempo que estés aquí. No es que me guste...pero disfrutaré haciéndote la vida imposible–. Dice con voz ruda, queriéndome atravesar con la mirada.
Visto de cerca no parece un hombre, sino un chiquillo de mi edad al que le han colocado un traje militar, solo que me saca al
menos dos cabezas de alto, y otras cuatro de ancho.
–¿Quién eres?, a parte de mi niñera claro.
–Así que el alemán va de graciosillo. Soy tu peor pesadilla–. Murmura enfurecido con ese acento ruso tan marcado que tiene.
–¿Cuál de las muchas que me persiguen ahora?
Cuando digo esto esboza una pequeña sonrisa con sus gruesos labios que intenta contener mientras me mira desde arriba. Me acabo de dar cuenta de que de su hombro cuelga fusil negro. Estoy medio moribundo y atado, ¿cómo puede pensar que necesitará un arma contra mí?
Me da un bofetón en la cara, sus manos son rugosas, son manos de trabajo. Totalmente distintas a las mías.
–La peor de todas– me dice sin apartar los ojos de mí, su mirada fija me intimida–No comes pan. ¿Por qué?
–No tengo ganas, gracias.–Eludo el ruido que hacen mis tripas, protestando por mi mentira.
–Bueno vale, tú sabrás idiota.
Frunce el ceño. Coge el pan y me lo tira a la cara, este impacta contra mi frente. Creo que me saldrá un chichón en plena frente porque el pan está más duro que una piedra. Estoy seguro que era el mismo pan que meses antes había tenido que proteger del mordisqueo de los ratones.
–¿Por qué estoy aquí?
Me abstengo de preguntar el por qué del pan volador.
Me mira duramente y golpea la mesilla de noche con la mano, el vaso se precipita al suelo machacado. El agua que ha caído en la mesita gotea hasta formar un charco.
–Por matar judíos.
Se va apresuradamente insultándome entre dientes y da un portazo, mientras yo me quedo en la habitación mirando al techo y preguntándome si realmente tiene razón.


https://www.wattpad.com/myworks/5202165/write/15436158


17 de septiembre de 2015

Hola otra vez...

lamisteriosachica

Después de casi dos años sin escribir recupero este, mi blog, el cual en su día fue una de mis pasiones. 
Creo que después de tanto tiempo sin tener noticias mías debo dar una explicación. Quizás esta sea demasiado común pero es lo que tiene la vida del estudiante, que te hace renunciar a tener tiempo libre. Sin embargo los estudios no han hecho que desista en la escritura.
Ahora que por fin puedo decir que soy universitaria quiero volver a mis andanzas y resucitar "La misteriosa chica de rojo", ya que pienso que ello me ayudará en mi carrera, periodismo y comunicación audiovisual. También empezaré a subir algunos de los capítulos de "En Berlín no hay rosas azules", mi primera novela.

Para empezar me gustaría que leyerais un pequeño ensayo que realicé para la clase de Comunicación audiovisual sobre mis metas en el futuro. Espero que os guste.

¿Qué quiero ser de mayor?
Normalmente la gente que me hace esta pregunta espera recibir de mi una respuesta en concreto: quiero hacer cine, quiero ser periodista, quiero escribir…Pero en realidad lo que se me viene a la mente al escucharla es una famosa cita de John Lennon, en la que decía que él de mayor quería ser feliz. Esto es lo que yo quiero ser en el futuro.
Cuando una persona estudia medicina sabe que lo más probable es que termine trabajando de médico, cuando alguien estudia derecho seguramente sea abogado; pero cuando alguien estudia el doble grado de comunicación audiovisual y periodismo no puede saber con certeza que le deparará el futuro. No se si esto es bueno o malo, ya que aunque vivimos con el hecho de no saber a que nos enfrentaremos, también tenemos todo un mundo de posibilidades a las que dedicarnos. Ya sea dentro o fuera del propio país.
La vida da muchas vueltas, pero cuando termine mi doble grado y comience a buscar empleo lo que querría es encontrar un trabajo que me llene y haga que me levante todos los días con la pasión que habría que sentir por la vida. Ya sea algo relacionado con el cine, el periodismo, escribir o incluso de cualquier cosa que se aleje de mi carrera. Se que esto es algo difícil en los tiempos en los que vivimos, sin embargo hoy, en mi primera semana de universidad aun tengo esa ilusión de cumplir mis sueños por altos que sean. Y qué seríamos sin esa inocencia y nuestra capacidad para soñar…

Otro de los motivos por los que elegí dicho grado es porque uno de mis sueños es viajar, conocer nuevas culturas, costumbres y personas. Por ello dejé mi ciudad, Málaga, para embarcarme en esta nueva aventura. El periodismo e incluso el cine podría ser una puerta que me condujera a ello.
 Por último, y no por ello menos importante, una de mis metas al escoger esta carrera es el deseo, quizá un deseo egoísta, que la mayoría de las personas tenemos de dejar huella. De que nos escuchen y que nuestra voz sirva si no para mejorar el mundo, para hacer que otros lo cambien. Las comunicaciones tienen ese efecto en la sociedad y hacen que la vida cambie a un ritmo vertiginoso. Me gustaría que mi futuro empleo me permitiera aportar mi granito de arena y mejorar lo que me rodea.
 También creo que casi todos hemos querido tener alguna vez ese minuto de gloria en el que el mundo entero, que normalmente “pasa” de nosotros, se para a observarnos. A concedernos la importancia que creemos merecer. Para él somos insignificantes. Hay millones de personas en la tierra, las hubo y las habrá, ¿por qué íbamos a ser nosotros más especiales?
Creo que en ello radica el misterio. El deseo de salirse del rebaño y sentir que aunque pertenezcas a ese mundo de millones de personas, tu eres un poquito diferente ya que te conocen. Así que si, en el futuro querría un trabajo por el que el mundo se parara a mirarme.

Nos veremos pronto.
 La misteriosa chica de rojo.